Contaban los viejos masones de
España en sus ténidas una historia bastante aleccionadora, en realidad todas
las historias de esta gente, víctimas de las guerras y la intolerancia solían
ser bastante interesantes, con arrugadas marcadas en el exilio y en la vida
salvada a última hora.
Contaban que en un pueblo de
Andalucía dos mozos se disputaban el amor de una joven bastante bonita, los
enfrentamientos llegaron a la locura al punto de que la joven no podía pasear
tranquila con la familia porque allá donde iban los dos mozos terminaban en
pelea. Tal fue el escándalo que finalmente el padre decidió llamar a los dos
pretendientes y explicar que estaba cercana la hora de entregar la mano de su
hija, y que en realidad esta no teniendo preferencia por ninguno de los dos decidió
aceptar el criterio del padre. Criterio que les comunicó en ese momento, le
otorgaría la mano de su hija y haría pretendiente oficial a aquel que labrara
los surcos más derechos en una jornada de trabajo en el campo, pero debía tener
la palabra de honor del otro, el perdedor de que se alejaría del pueblo y
quedaría desterrado por voluntad propia.
Aquello parecía bastante duro
pero también lo que se jugaban merecía la pena y no había trampa ni engaño
posible, así que de esta forma aceptaron el trato como se hacía en el mundo
antiguo en los pueblos, con un apretón de manos. Además el alcalde y
autoridades junto al padre actuarían de jueces en la prueba, estos por fin
veían tiempos de paz en los domingos con aquella idea que finalmente pondría
paz en los pretendientes que tarde sí y
tarde nó terminaban vendados e incluso temían por sus vidas.
Llegó el día señalado y en dos campos distintos esperaban
las primeras luces del día los pretendientes con dos caballos y el arado y cada
uno en un cerro elevado tenían a los miembros del jurado. Comenzó el primer
pretendiente a labrar, paraba a cada metro y medía minuciosamente el terreno, llevó
varias medidas y casi podían decir que medía al milímetro los surcos. Y comenzó
el segundo a labrar pero solo puso su vista en el lucero del alba (el planeta
Venus) y suspiraba con la sola idea de tener como esposa y compañera a la chica
más bella de toda la comarca y con el beneplácito del suegro, finalizado el día
el resultado del jurado fue inapelable e incluso los dos jóvenes pudieron verlo
en la distancia y subidos a una colina, el primero que medía y calculaba con meticulosa
pulcritud trazó surcos en zigzag, que solo eran perfectos en segmentos cortos
de diez metros. Pero los surcos labrados por el segundo resultaron los más
perfectos y paralelos que nunca nadie vio en aquella región, y finalmente él
obtuvo la mano de la joven y el otro de propia voluntad aceptó el destierro.
Algunos comentaron entonces que
el padre de la joven bien podía haber sido masón y entender que no pensaba dar
la vida de su hija a un hombre frío y calculador, solo a un idealista digno
como eran los viejos masones.
Esta historia siempre me fascinó especialmente
por algo, tenía al planeta Venus como protagonista, más conocido en los pueblos
como lucero del alba.
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