El curioso caso del sanatorio Pálvarez.



Reflexiones sobre la moral, la inmoralidad y la vida. También de su aplicación en medicina.

Quizás a algunas personas este  relato le pueda sonar más propio de la "Filosofía en el tocador" del Marqués de Sade pero les aseguro que lejos de ser una historia fantaseada o inventada resulta rigurósamente cierta. Obviamente algunos datos están cambiados intentando guardar el anonimato de sus protagonistas.
Hace ya bastantes años que una buena amiga me invitó a cenar, tan buena amiga que luego de muchos años realmente disfrutas la velada sin tensiones clásicas de hombre/mujer y el famoso "Te  quedas a dormir en casa". Mi amiga a la que llamaré Susana conocía de mi pasión por los mundo paranormales y me contó una confidencia a la luz de las velas, una amiga muy querida para ella padeció una enfermedad "incurable" (cáncer) y era bastante joven para morir, apenas 40 años, pero aseguraba que era una mujer llena de vida y jovial.
Gastó todo un capital en la ruta de este tipo de enfermos en su desesperación, Houston, París, etc. Y Es entonces que me cuenta de un personaje al que llamaré Pálvarez, médico que se especializó en cierta parte conocida de la medicina naturalista, fue la primera ocasión que supe de Pálvarez y por lo que me contaba no me disgustó aunque mi amiga casi lo odiaba sin conocerlo.  Este médico tenía una especie de sanatorio privado en plena naturaleza y donde solo admitía mujeres bellas o atractivas, debía tener algún encanto para que Pálvarez las adimiera, y la mayoría es justo decirlo bastante desahuciadas por la llamada medicina convencional. Pálvarez pese a que sus adeptos reconocían capacidades casi sobrehumanas (en realidad resulta así el conocimiento de determinadas medicinas) y casi para algunos la categoría  poco menos que de deidad no cobraba absolutamente nada ni por la estancia ni por el tratamiento, solo pedía a cambio sexo con la paciente una vez recuperada.
Aquello para mi amiga tenía tintas inmorales, Pálvarez era un sátiro, un salido, un inmoral al que nunca debieron de haberle dado título alguno de medicina por la forma en que jugaba con la desesperación de las personas. Pálvarez vivía rechazando enfermos, con una lista de espera mucho mayor que la del seguro de enfermedad, y nunca o rara vez trataba a un hombre o a una mujer poco atractiva. A mí sinceramente no me pareció mal siempre y cuando Pálvarez comunicara a sus pacientes el convenio "Yo voy a salvar y te devolveré la vida, pero a cambio solo quiero que cuando te recuperes te acuestes conmigo". Porque lo inmoral es recurrir a subterfugios, engaños  y estafas, o en el peor de los casos drogas como hacen muchos y acostumbran en esta sociedad esculpida bajo moldes romanos.
Susana no entendió mi punto de vista e incluso se escandalizó de que yo lo considerase algo honesto, su amiga siguió contando resultó curada en efecto y tal como todos vaticinaban a los pocos meses de estancia en su sanatorio. No entendía porque quería algo con ella si aquel sanatorio estaba lleno de mujeres vestidas todas de blanco impoluto y que podrían matar por Pálvarez ¿por qué ella que lo asqueaba?.
En ese punto el único perplejo por la amoralidad era yo, pero ni mucho menos por Pálvarez sino por su amiga "lo asqueaba".  O sea le acababa de salvar la vida y le daba asco. Pálvarez la despidió una vez curada y una vez que conoció el sentimiento de gratitud que su amiga le profesaba, no quiso saber nada de ella especialmente una vez que ella rompió el acuerdo, solo le dijo en tono amable que podría irse en cualquier momento, que hiciera sus maletas y que un taxi pasaría a recogerla. Con lo que su amiga se marchó sin "pasar por caja" sintiéndose parte de una élite privilegiada en el mundo de listos, las legiones que separan la vida y la humanidad en dos grupos, el mundo de los tontos y el mundo de los listos.
Hasta un año los exámenes médicos no daban crédito a los resultados de su enfermedad ni su evolución porque realmente parecía curada, hasta que llegado un año llegó la recaida de nuevo y atacó la enfermedad con mucha más virulencia, pero entonces y como dice el viejo proverbio chino las desgracias nunca visitan solas, su hija adolescente de apenas 17 años comenzó a sentirse mal  y los primeros análisis mostraron idéntica patología heredada.
Ella no sabemos si asistida de toda la cara dura que dota el mundo y la vida, o de la desesperación acudió a pedir el auxilio de Pálvarez y no quisieron recibirla, las puertas de aquella especie de Templo de la Curación estaban cerradas  para ella, hizo todo lo que humanamente se puede hacer hasta incluso quedarse en el coche a dormir en la puerta en la ufana esperanza de un día poder ver de salir a Pálvarez, hasta que lo logró y el médico la recibió. Pálvarez entonces le dijo que el mal estaba dentro de ella, que el poco o nada podría hacer porque la actitud dependía de ella, pero que de nuevo podría curarla pero que necesitaría mucha más estancia en el sanatorio y esta vez debería pagar los gastos y los de su hija, pero que ella ya sabía las condiciones y esta vez sería con su hija.
-Con mi hija ¡No, no! con ella no!! conmigo, me ofrezco!.
Pero Pálvarez no estaba interesado en ella, la miró de modo aburrido, incluso no le prometió nada, dijo que primero tendría que conocer a la adolescente y luego verían.
Susana hablaba de Pálvarez como del enemigo público número uno, especialmente porque contaba que detrás de una dulce sonrisa cínica la llegó a despedir diciendo:
-Entonces os deseo una muerte dulce, el tránsito de la vida no es tan malo como creemos.
Susana no entendió nunca como no me escandalizaba Pálvarez ni veía delito alguno en su actitud, para mí obraba de forma correcta, él no obligaba ni forzaba a su amiga a nada que no quisiera.
-Ah! que fácil lo ves todo. Pero ¿no entiendes? ¡es el único que puede curarlas!.
Su amiga estaba divorciada dos veces, el último amorío lo tuvo con un pintor de puertas y ventanas en una pasión tórrida de fin de semana, y tuvo doce amantes más que casi como si fueran marinos prometieron volver y nunca lo hicieron. Pero a su amiga le asqueaba Pálvarez, no porque fuera mal hombre de físico repugnante, sino porque su amiga se acostaba con toda justicia y el derecho que la asistía con quien le daba la real gana. Pero es que lo que ellas parecían olvidar es que Pálvarez también en su perfecto dereho curaba a quien le venía en gana.
La historia del sanatorio de Pálvarez, que aun sigue funcionando me parece con todo éxito, escondido entre las montañas me recordó un suceso que me contaron de un doctor de medicina convencional que enamorado de una bellísima paciente terminal perdió noches y días en lograr algo excepcional hasta que finalmente logró salvarla, rescatarla de las garras de la muerte. Medio dormida  y  a solas con ella  abrió la blusa de su pijama y contempló extasiado la belleza de sus senos cuando de forma imprevista la enferma abrió los ojos y se escandalizó, gritó, repudió a quien le salvó la vida y nunca más quiso verlo por ....inmoral.
Cuando el mundo Wicca conceptua que la única ley es el Amor sinceramente entiendo que también abarca el sanatorio de Pálvarez al que creo que le debería cambiar el nombre por
"Sanatorio del Amor, Pálvarez" y un aviso que exprese "No apto para mentalidades católicas, apostólicas ni romanas" y es que como ven el legado de Roma hace más daño del que suponemos.
Nunca supe como le fue a su amiga, en aquel tiempo volví a Dallas, Texas.
Tendríamos que recurrir a las crónicas de la historia para encontrar un simil parecido en medicina en la figura de Anton Mesmer en el siglo XVIII, con la diferencia de que Mesmer primero inició una ciencia/arte pero imbuido del sentido piadoso y sus conceptos católicos, atendía por igual a príncipes y reyes que con el dinero que sacaba de estos una vez curados abría hospitales de beneficencia, atendía en número de miles y miles, lo que finalmente desató las iras de la profesión médica  y su poder y vagó errático por Europa.

Pálvarez solo es un buen médico naturalista conocedor de ciertas doctrinas bastante desconocidas pero muy efectivas, pero al menos entiende el ejemplo de Mesmer.
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